Las peatonales de la Ciudad de Córdoba son, sin dudas, las que mayores virtudes muestran entre sus pares de todas las ciudades argentinas.
Tienen vida, mucho movimiento, variedad de situaciones, integran calles comerciales con el núcleo histórico de la ciudad, buen equipamiento y sobre todo; están pensadas y realizadas para que las personas disfruten el transitar o permanecer en ellas y no sean un simple corredor de paso rápido (como es el caso de la calle Florida en Buenos Aires o la calle Córdoba en Rosario, cuyo mensaje es: “compra algo rápido y muévete, deja el lugar a otros”.)
En la Ciudad de Córdoba las peatonales constituyen una trama de calles que contienen a la mayor parte del centro de la ciudad. Estas calles son de distinto tipo y en todo momento surgen los espacios que se abren lateralmente y se prolongan en zonas destinadas a bares y restoranes que se integran naturalmente al flujo peatonal, generando remansos de quietud aún en medio del tráfago. En Córdoba, estos abras en las veredas del centro de la ciudad se extienden mas allá del recorrido de las peatonales, insinuando lo que quizás en el futuro sea una prolongación de las mismas.
No solo llama la atención esta doble situación de calma en los remansos y gran actividad y movimiento en las calles en si mismas, sino que también es destacable la convivencia bastante armoniosa entre peatones y los infaltables vendedores ambulantes.
Pero el mayor mérito de las peatonales cordobesas (y seguramente el elemento que generó esta apropiación tan sentida del espacio por parte de los habitantes) es su equipamiento de pérgolas, abundante vegetación y multiplicidad de lugares para sentarse y para estar. Las peatonales y su prolongación en el núcleo histórico, están siempre llenas de gente, de día y de noche (sobre todo en verano) porque son espacios placenteros y abiertos, siempre disponibles.
Excepto en la peatonal de la Ciudad de Mendoza que algo mantiene de esta idea de permanecer en un espacio placentero, el resto de las peatonales en nuestro país son un claro reflejo de la mezquindad de los funcionarios, del solo espíritu comercial que convierte al que compra en un objeto parecido al que se vende y al recorrerlas vienen a la memoria aquella letanía tantas veces escuchada de los esbirros de la dictadura: “circulen... circulen…”
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